En Colombia, las clases explotadoras, la burguesía y los terratenientes en alianza con los imperialistas, siempre han respondido con garrote y fuego las demandas de los trabajadores obreros y campesinos.
En Colombia, las
clases explotadoras, la burguesía y los terratenientes en alianza con los imperialistas,
siempre han respondido con garrote y fuego las demandas de los trabajadores
obreros y campesinos.
La burguesía, los terratenientes
y los imperialistas son los principales y más peligrosos enemigos del pueblo
colombiano. Viven de amasar ganancias con el sudor y la sangre de la
explotación de los trabajadores del campo y la ciudad. De ahí que la prédica de
los oportunistas de trabajar por la “paz social” es un vil engaño que oculta la
experiencia de la lucha de clases en el país, les perdona a los opresores
crímenes como la Masacre de 1928 y desarma ideológica y moralmente al pueblo
para enfrentar a sus verdugos.
El Estado no es una institución
neutral frente a la lucha de clases. La idea de que el Estado es un árbitro
imparcial en las luchas entre explotados y explotadores, entre trabajadores y
empresarios, es una idea completamente equivocada que se debe borrar para
siempre de la mente de los trabajadores. Ayer lo demostró la experiencia de las
bananeras donde el Gobierno le dio trato militar a un conflicto laboral y el
sanguinario Cortes Vargas llamando “cuadrilla de malhechores” a los huelguistas
procedió a masacrarlos. Hoy lo corrobora la experiencia de la Huelga en Avianca
donde el Gobierno y sus tribunales la declararon ilegal y la sanguijuela Efromovich
la tildó de “criminal”. El Estado es una máquina de poder que pertenece a las
clases económicamente dominantes que la utilizan siempre en favor de los
explotadores y al servicio de los intereses y mandatos imperialistas.
La Masacre de los huelguistas
bananeros dejó al descubierto el carácter de clase del Estado colombiano:
dictadura de los explotadores para proteger su propiedad privada y sus
ganancias. Una experiencia dolorosa para la clase obrera, que le enseña a no
confiar en el Estado burgués que concentra la fuerza de sus enemigos, ni
tampoco creer el cuento oportunista de solucionar los problemas de los
trabajadores, conquistando escaños en el Congreso y puestos en el Gobierno,
pues ellas son instituciones fundamentales de ese mismo Estado, y por tanto, hechas
para servir a los explotadores.
El terrorismo de Estado no es
algo nuevo de estos tiempos; es la vieja y conocida práctica del Estado burgués
terrateniente pro-imperialista, en las Masacres de los huelguistas bananeros del
Magdalena, petroleros de Barranca, cementeros de Santa Bárbara; en la matanza
de campesinos durante la Violencia de
1948 a 1958; en las masacres, destierros, desapariciones y falsos positivos de
la actual Guerra contra el pueblo iniciada
a comienzos de los años 80 con la careta política de lucha contra la guerrilla
y el terrorismo, cuando en realidad es la disputa armada por la renta
capitalista de las tierras dedicadas a la minería y la producción de la materia
prima de los sicotrópicos y al tráfico hacia el mercado internacional; en la
represión a los paros y huelgas políticas de masas en campos y ciudades; en la
persecución y desaparición sistemática de dirigentes sociales y defensores de
los DDHH.
Con los opresores y explotadores
del pueblo, que siempre han defendido sus intereses y privilegios a sangre y
fuego, no puede haber paz como pregonan los oportunistas.
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