Arañas y Moscas

Publicamos este escrito con el ánimo de contribuir a la educación de todos los trabajadores, mostrando con un sencillo ejemplo por una parte la cruel explotación a la que es sometido el proletariado en el mundo entero y por otra todas las posibilidades que tienen los trabajadores de cambiar esta realidad si así se lo proponen. 

Arañas y Moscas


Wilhelm Liebknecht


Todos conocen ese insecto de vientre redondo y cuerpo peludo y pegajoso que tiende en rincones oscuros, lo más lejos posible de la luz del día, sus mortíferas redes, en las que encuentra la muerte la pobre mosca imprudente o frívola que cae en ellas. Es un feo monstruo de ojos redondos, que se dirían de vidrio, y patas largas, torcidas hacia fuera, perfectamente adaptadas para apresar y estrangular a su víctima. Ese monstruo es la fea araña.

Fíjense con qué tranquilidad acecha inmóvil en su rincón a la presa, cuando ésta se aproxima a sus dominios, o con qué diabólica destreza tiende su mortífera red, que ha de cazar y envolver despiadadamente a la débil mosca. El repugnante animal gasta mucho, a menudo muchísimo tiempo, en perfeccionar su red ateniéndose a todas las reglas del arte, para que el botín no pueda escapar en ningún caso. Primero tiende un hilo, luego, dos, tres, cada vez más. Tiende hilos transversales y une estos con otros para que la víctima, sacudida por las convulsiones de la agonía, no pueda romper la red, no pueda siquiera hacer que ésta se desprenda.

Por fin la red queda terminada, la trampa está tendida y evitarla es casi imposible. Entonces, la araña se retira a su guarida y espera a que la imprudente mosca, empujada por el hambre, se acerque en busca de alimento.

No tiene que esperar mucho: la mosca llega pronto. Buscando comida, la pobrecita se agita en todas direcciones, tropieza de pronto con la red tendida, se enreda en ella, asustada, y pugna por salvarse, pero está perdida.

En cuanto ve que su víctima ha caído en la trampa, la araña sale de su emboscada y con mirada sanguinaria, listas las patas, se acerca lentamente a su presa. No necesita apresurarse. La repugnante criatura sabe que el desgraciado insecto que ha caído en su red no tiene escapatoria. La araña se va acercando, mide a su víctima con la mirada de sus saltones ojos verde mate, esa mirada priva de razón a la mosca. Rendida tiembla del espanto; ve el peligro que le amenaza, trata de soltarse de los hilos que la traban, procura escapar, salvarse, y agota sus últimas fuerzas en esos intentos vanos, desesperados.

¡Todas las tentativas, todos los esfuerzos son inútiles! La red la envuelve más y más apretadamente, y la araña está cada vez más cerca. A cada movimiento de la mosca, que pugna por escapar de la red, en cuyos finos y pérfidos hilos se ha enredado, la envuelven nuevos y nuevos hilos, nuevos y nuevos lazos. En fin de cuentas, jadeante, exhausta, sin fuerzas para seguir resistiendo, se ve a merced de su enemigo, de su espantosa cazadora, la araña.

El repugnante monstruo tiende hacia ella sus peludas extremidades, la apresa y la estrangula. Luego se pone a chupar la sangre del cuerpo tembloroso de su desmayada víctima, una vez, dos, tres, cuando quiere, dependiendo de su apetito. Saciada por cierto tiempo su sed de sangre, la araña deja a su víctima sin haberla acabado de matar. Luego regresa y de nuevo vuelve a chuparle la sangre, se marcha y regresa una y otra vez; la desventurada mosca no queda destruida por completo, mientras haya en ella una gota de sangre, de jugo. Y a menudo pasa mucho, muchísimo tiempo antes de que el pobre insecto muera.

Mientras el ansioso vampiro encuentra una gota de jugo en el cuerpo o en el cadáver de su víctima, no le quita el ojo. Aspira la vida de su víctima, absorbe su fuerza, bebe su sangre, y sólo la deja en paz cuando ya no puede quitarle nada, absolutamente nada.

Entonces, la pobre mosca, muerta, seca, ligera como un granito de polvo, es arrojada de la red. La primera ráfaga de viento se la lleva, y todo ha terminado.

La araña, satisfecha, regresa a su guarida. Está contenta de sí misma y del mundo en el que vive, y estima que mientras existan moscas a quienes atrapar, succionar su sangre y matarlas, todo estará bien… a fin de cuentas se trata de una mosca más o una mosca menos.

Esa mosca a la que chupan, esa mosca a la que matan y exprimen todo el jugo, esa mosca de cuya sangre viven y se hartan son ustedes, proletarios de la ciudad y del campo. Ustedes, pueblos esclavizados; ustedes, trabajadores intelectuales; ustedes, obreros industriales; ustedes, trémulas jóvenes y mujeres débiles y oprimidas que no se atreven a exigir que se satisfagan sus derechos; ustedes, infelices víctimas del militarismo. Resumiendo, todos ustedes, pobres víctimas de la explotación, a quienes se arroja al arroyo cuando ya no se puede sacar nada más de sus venas; ustedes, que dan al país toda su producción y son su corazón, su inteligencia y su fuerza viva; ustedes, a quienes se ha otorgado tan sólo el derecho de morir dócil y sumisamente de miseria en sus pobres rincones, mientras que con su sangre, con su sudor, con su trabajo, con sus pensamientos y con sus vidas crían y
nutren a sus opresores, a las repugnantes arañas.

Arañas son los señores, los ricos, los explotadores, los especuladores, los capitalistas, los depredadores, el alto clero, zánganos de todo tipo a quienes beneficia la arbitrariedad que nos hace sufrir; los capitalistas que adoptan leyes injustas que nos aplastan; los tiranos que nos convierten en esclavos. Arañas son todos los que viven a cuenta nuestra, a cuenta del pueblo; los que nos pisotean, los que se ríen de nuestro sufrimiento y hacen burla de nuestros vanos esfuerzos y de nuestro trabajo.

Mosca es el pobre obrero, obligado a someterse a todos los mandatos sanguinarios y severos que se les ocurren a los patrones, porque el desventurado no tiene medios para defenderse y debe ganar su pan y el de sus seres cercanos. Araña es el gran fabricante, que roba a cada uno de sus obreros parte del producto de su trabajo y tiene la desvergüenza, mejor dicho, les hace el “favor” de darles bondadosamente una miserable paga por doce o catorce horas de trabajo.

Mosca es el minero que sacrifica su vida en el viciado ambiente de la mina para sacar de las entrañas de la tierra tesoros de los que no le es dado gozar; araña es el señor, el gran accionista, copropietario de la empresa, cuyas acciones suben de precio el doble o el triple y todavía está descontento, ya que desea embolsarse dividendos todavía más altos; araña es quien roba al obrero, quien le quita lo obtenido con su trabajo y, si los obreros se atreven a pedir el menor aumento de salario, recurre inmediatamente a la fuerza armada para ametrallar a los “revoltosos”.

Mosca es el niño que desde su tierna infancia se ve obligado a trabajar penosamente en la fábrica, en el taller, en el hogar paterno, para ayudar a los padres a ganarse el pan. Arañas no son los pobres padres a quienes la miseria obliga a sacrificar a sus hijos, sino las inmundas y humillantes condiciones que los ponen en la necesidad ineludible de pisotear sentimientos naturales y de destruir su propia familia.

Mosca es la honesta hija del pueblo que trata de ganarse el pan con su honrado trabajo, pero que no encuentra ocupación si no cede a la lujuria del dueño o el director de su fábrica, que se aprovecha de su situación sin salida y luego la arroja a la calle con fría indiferencia, la mayor parte de las veces embarazada, «para evitar el escándalo». Araña es el vanidoso y presumido “señorito”, el zángano de «buena familia», que saca brillo a las aceras, seduce entre risas a jóvenes inocentes, las hunde en el fango y se considera llamado a deshonrar a cuantas mujeres pueda.

Mosca eres tú, laborioso campesino que cultivas la parcela para el rico terrateniente, que siembras un grano que no has de poseer, que crías frutos de los que no has de gozar. Arañas son los grandes
propietarios agrarios, que obligan a trabajar sin descanso ni plazos a los pobres medieros, criados y jornaleros, para poder ellos mismos holgazanear, lucirse y presumir; que suben cada año la renta y bajan la paga por el trabajo honrado.

Moscas somos todos nosotros, las personas pobres y sencillas, que temblamos desde hace mucho al pie de los altares, agachamos la cabeza ante las maldiciones de los sacerdotes y que, para gloria y gozo de estos, nos matamos y esclavizamos unas a otras; todos los que doblando el espinazo e hincándonos de rodillas, hemos permitido a nuestros opresores deleitarse con los frutos de su violencia e injusticia, pues éramos débiles espiritualmente por la influencia de las doctrinas religiosas, que mutilaban y paralizaban nuestra voluntad. Arañas son esos hombres de sotana negra y ojos falsos y codiciosos, que engañan a sus ingenuos feligreses con doctrinas que humillan al hombre y le inculcan ese espíritu de sumisión y mansedumbre que envenena las almas y pierde a pueblos enteros.

Resumiendo, las moscas son los oprimidos, los esclavizados, los explotados, y las arañas son los inmundos hombres de negocios y los especuladores, la arbitrariedad y el despotismo, sean cuales fueren la formas en que las moscas tropiecen con ellos.

En otros tiempos, las arañas tendían sus redes en los castillos y palacios señoriales, pero ahora prefieren instalarse en los grandes centros de la vida industrial, en las lujosas mansiones de los afortunados de hoy día. Se les puede encontrar principalmente, en las ciudades fabriles, pero penetran también en los pueblos y comunidades; se crían en todas partes donde florece la explotación, donde el obrero, el proletario desposeído, el pequeño artesano, el jornalero, el pequeño campesino abrumado por los impuestos, se ven entregados despiadadamente al saqueo, cuya causa es la codicia desenfrenada de riquezas de los caballeros del lucro, los comerciantes y los empresarios.

En todas partes, lo mismo en la ciudad que en el campo, vemos que los pobres trabajadores se debaten infructuosamente en las redes de sus enemigos; vemos que quedan exhaustos en esa lucha y perecen.

¡Qué terribles tragedias registra la vieja historia de la lucha entre las débiles y tímidas moscas y las crueles y sanguinarias arañas! ¡Es esa una historia de sangre y sufrimientos! Pero, ¿a qué narrarla otra vez? Lo pasado, pasado está. Hablemos del presente y del futuro.

Fijémonos mejor en la lucha que despliegan en nuestros tiempos las moscas contra las arañas, analicemos las condiciones en que se desarrolla, estudiemos nosotros, las moscas, la estructura de las
redes que de nuevo tienden contra nosotros nuestros enemigos, procuremos adivinar sus trampas y, sobre todo, unámonos, pues cada uno por separado somos demasiado débiles para romper las telarañas que nos envuelven. Rompamos las cadenas que nos traban, arrojemos a nuestro enemigo de sus guaridas, hagamos llegar a todas partes la luz, la clara luz de la instrucción, para que esa inmunda peste no pueda continuar en las tinieblas su obra criminal.

¡Ay, moscas, moscas! ¡Si quisieran serían invencibles! Cierto que las arañas son todavía fuertes, pero son pocas; cierto que ustedes, moscas, no tienen ni peso ni influencia, pero su número es infinito; son la vida y, si quisieran, todo el mundo sería suyo. Si se unen, de un solo aletazo romperían todos los hilos, destruirían todas las redes que ahora las envuelven y en que padecen hambre. Si quisieran, la miseria y la esclavitud desaparecerían para siempre.

¡Aprendan, pues, a querer!

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